En el año 2001, cuando empecé a involucrarme en temas de gestión pública y tecnologías de la información aplicadas al sector público, mediante la plataforma Política Digital, las máximas que rondaban en el ambiente eran: focalizar las iniciativas en servir a la ciudadanía, y mediante ello a México; desregular, digitalizar y automatizar tramites y servicios; construir la interoperabilidad al interior de las instituciones, entre ellas y los tres órdenes de gobierno; no inventar el hilo negro y replicar las buenas prácticas que otras instituciones públicas hacen; dar continuidad a lo hecho por antecesores; construir instituciones ágiles, adaptativas y resilientes.
Me pregunto si 20 años después, esas máximas siguen vigentes, o si ya dimos vuelta la hoja.
La respuesta, vista en términos generales, es que se ha avanzado mucho, pero que la instrumentación de esas máximas, siguen, en buena medida, vigentes. Así, lo viejo no termina de acabar, o no acaba de terminar.
Ha corrido mucho sudor y lágrimas por los pasillos de las administraciones públicas en los tres órdenes de gobierno. Y los resultados siguen estando en deuda con la ciudadanía, que corre más rápido que nuestras pesadas instituciones.
Mientras tanto, irrumpieron en el escenario nuevas tecnologías y desarrollos apenas imaginables hace un puñado de años. Entre ellas destacan, en lo que se refiere a la digitalización del Estado, la robótica, la inteligencia artificial, las tecnologías blockchain, y el internet de las cosas articulado con el big data. Esto ha venido acompañado por una comprensión cultural cada vez más profunda del aseguramiento de los datos que gestiona la autoridad.
Estos nuevos desarrollos se han instalado en nuestro vecindario, rondan frente a nuestras narices y comienzan a explorarse con timidez y de manera aislada en los enclaves institucionales más atrevidos.
Se trata de lo nuevo que no termina por empezar, y que se entrevera con lo viejo que no termina de acabar.
Andrés Hofmann
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